A pesar de mi afición por la Astronomía desde que tengo memoria, no supe lo que era un cielo estrellado (y cómo no, si vivo en la ciudad de Lima, Perú) sino hasta que cumplí 14 años, cuando mis padres nos llevaron a mí y a mi hermana a conocer el departamento de Cajamarca en el invierno austral del 2012, específicamente las provincias de Cajamarca y Celendín, de dónde mi padre procedía. Por supuesto, yo estaba muy entusiasmado por conocer por fin lo que era un cielo estrellado y, por sobre todo, ver a la Vía Láctea, la cual mi padre me había dicho que se podía ver en esa época del año después de la puesta de Sol. Como en los primeros días de nuestra estancia nos la pasamos principalmente en la ciudad de Cajamarca, tuve que esperar hasta que fuéramos a la provincia de Celendín para confirmar si lo que tanto me decía mi papá en mi niñez acerca de la vista de un cielo estrellado era cierto.
Cuando por fin fuimos a Celendín, nos establecimos en un hotel de la ciudad, pero también teníamos acceso al campo, específicamente en el caserío de Teresa Conga. Todo ese lugar es hermoso. Los árboles, los animalitos, la gente amable, su comida, el verdor de sus chacras, el intenso olor a eucalipto, el canto de los grillos en la noche... La verdad que es una lástima que las personas oriundas de este lugar (como mi papá) hayan tenido que migrar desde este paradisiaco lugar para conseguir empleos más remunerados en la capital Lima, situación de la que fueron completamente culpables nuestros incapaces gobernantes del pasado, por asumir que el desarrollo de Lima era equivalente al desarrollo de todo el país. De haberles dado a las provincias su atención debida, estoy seguro que la migración hacia la ciudad nunca hubiera sido tan fuerte como lo terminó siendo, y la ciudad de Lima no tendría hoy los problemas relacionados a la sobrepoblación que la aquejan actualmente.
Continuando con el caserío, cuando por fin llegamos al campo, exploramos todo el lugar, aunque yo no podía dejar de ver la hora para que el Sol se pusiera y finalmente pudiera vislumbrar lo que era un cielo verdaderamente oscuro. Cuando ya eran las 6:00 PM, el cielo comenzó a oscurecerse, proceso que me pareció haber demorado toda una eternidad, pues estaba muy ansioso. Media hora después, comenzaron a verse las estrellas más brillantes del firmamento, pero que también eran visibles desde la ciudad de Lima, por lo que hasta ese momento aún no pasaba nada espectacular. Pasaron los minutos, y poco a poco, el cielo comenzó a llenarse de una multitud de estrellas que nunca había visto desde la ciudad, pero el cielo todavía podía oscurecerse aún más. Ya a las 07:15 PM, el cielo estaba tan oscuro que se reveló en todo su esplendor: una multitud de miles de estrellas cubrían todo el firmamento, tantas, que no podía distinguir a las constelaciones que allí habían, junto con una gran banda de nubes blanquecinas con una prominente región central que atravesaba todo el firmamento. Esa ocasión fue la primera vez que observé la Vía Láctea, y sí, se veía con la misma espectacularidad que mi padre me había descrito. Quizás quien estaba más contenta después de mí aquella noche era mi mamá, feliz pues sabía lo mucho que a mí me gustaba observar el firmamento.
Después de 3 días, tuvimos que partir de vuelta a la capital de manera inesperada por un conflicto minero, y lo hicimos de noche. Mientras el resto de mi familia dormía plácidamente en el bus de regreso a Lima, yo, quien estaba pegado a la amplia ventana del bus, veía cómo el cielo estrellado se movía conforme el bus recorría las serpenteantes rutas características de la sierra peruana, con una Vía Láctea que la surcaba de extremo de extremo. Yo lloraba en silencio, pues por fin había logrado ver lo que era un cielo estrellado, estaba en mi mundo, en mi elemento, y otra vez, era devuelto a la prisión de concreto a la que llamaban ciudad de Lima, una ciudad a la que incluso hasta el día de hoy, no le encuentro el atractivo en lo absoluto.
Tuvieron que pasar 10 años para que pudiera ver a la Vía Láctea otra vez, y fue desde la misma ubicación, pero esta vez, armado con mi telescopio de 114 mm de apertura y las cartas celestes que había impreso días antes de emprender el viaje de 18 horas desde Lima hasta el caserío de Teresa Conga. En el primer viaje, me limité a explorar la Vía Láctea con un telescopio refractor de 60 mm de apertura y sin cartas celestes, pues en ese tiempo no tenía los medios para imprimirlas, por lo que no pude identificar los objetos de cielo profundo que pudieron haber pasado por el campo ocular.
Algo que debo recalcar a todas luces es el hecho de que los dibujos que se mostrarán en el presente artículo (y por ende el de las correspondientes entradas) NO SON FIDEDIGNOS DEL TODO a lo que observé a través del telescopio, ya que sabía de antemano que no iba a tener suficiente tiempo para dibujar con realismo todos los detalles que veía en el campo ocular. Esta advertencia aplicó principalmente a las estrellas de los alrededores del objeto de cielo profundo de interés.
La cacería de objetos de espacio profundo empezó la noche del 30 de Junio del 2022 con el dios de los cúmulos globulares del firmamento: NGC 5139 - Omega Centauri. No necesité de mis cartas celestes para localizarlo, ya que el cielo estaba tan oscuro que Omega Centauri se veía claramente como una manchita blanquecina borrosa con dirección al Sur. Sólo tuve que utilizar el buscador de mi telescopio para centrarlo en el telescopio, y la vista que tuve, fue una de las más espectaculares que haya visto en el campo ocular:
¡QUÉ BUEN INICIO! Con 150 aumentos, Omega Centauri se veía gigantesco, ovalado, y resoluble casi en su totalidad, con estrellas particularmente brillantes principalmente en su centro. Poco después de esta hermosa visita, seguí con otro objeto memorable NGC 5128 - Galaxia Centaurus A, a la cual sinceramente yo llamaría la "Galaxia Hamburguesa":
Eso sí, a diferencia de Omega Centauri, la Galaxia Centaurus A era bastante tenue, con lo cual no quiero decir que la vista no era gratificante, tal como ya lo expliqué en su respectiva entrada, donde además detallo por qué es tan especial NGC 5128, una de las galaxias masivas más cercanas a la nuestra.
NGC 5139 y NGC 5128 eran los únicos objetos en mi lista que estaban ubicados en la región Sur del firmamento. Ya dibujados, cambié radicalmente la dirección de mi telescopio y lo apunté hacia la zona norte del cielo, específicamente, hacia la constelación de Osa Mayor, una de las más abundantes en objetos de cielo profundo, junto con las constelaciones de Sagitario y Escorpio.
Media hora después de culminar mi dibujo de NGC 5128, me encontré dibujando a una de las galaxias favoritas de los astrofotógrafos del hemisferio norte: M51 - La Galaxia del Remolino, conocida por ser la primera galaxia en la cual se identificaron brazos espirales.
De la estructura espiral de la galaxia, nada de nada, pero al menos la pude discernir junto con su galaxia compañera enana, con la cual está en colisión. Ya de por sí esto hace la vista de esta pálida galaxia muy especial. Inmediatamente continué con otra galaxia engreída por los astrofotógrafos del otro lado del hemisferio: M101 - La Galaxia del Molinete:
Al igual que con M51, no pude observar los brazos espirales característicos de esta galaxia, pero estaba más que confortado con haber podido cazar esta tenue galaxia, la cual es todo un reto de cazar incluso desde los cielos del hemisferio norte. El hecho de que haya podido observarla con tan prominente tamaño desde estas latitudes es un indicio de la excelente calidad de cielo del lugar de observación.
Contentísimo por estar añadiendo más objetos de cielo profundo a mi lista de objetos cazados, continué entonces con la galaxia M94
pero fue con mi último objetivo, M83 - La Galaxia del Molinete del Sur, ubicada entre las constelaciones de la Hidra y el Centauro, la que me sorprendió más entre todas las galaxias que observé aquella noche por un peculiar detalle: fue la primera y la única galaxia (hasta Octubre del 2023) cuyos brazos espirales pude discernir, aunque apenas, ya que requería de mucho esfuerzo poder dilucidarlas en medio del brillo que irradiaba la galaxia como un todo.
Ni bien acabé de dibujar a M83, guardé mi bosquejo inmediatamente debajo de toda la pila de hojas que había traído conmigo al viaje, ya que la temperatura había bajado tanto que todo objeto con una temperatura superior a la temperatura ambiente se humedecía rápidamente, entre ellos, mis hojas de observación. En la sierra peruana, esto es lo que se llama una helada, y sólo ocurre durante noches muy despejadas, cuando el calor absorbido por la superficie terrestre durante el día puede escapar con facilidad hacia el espacio.
La noche siguiente continué explorando los cielos del norte. Ni bien el cielo de oscureció por completo, procedí a dibujar a la poco luminosa galaxia M108,
a la tenue M97 - La Nebulosa del Búho,
y a la estrella binaria M40. Sí, leyó bien el lector. No nebulosa ni galaxia ni cúmulo estelar, estrella binaria. La razón de esto la podrá encontrar el lector en la entrada respectiva de este objeto Messier.
Continué entonces con la galaxia M106:
Posteriormente, dirigí mi telescopio hacia un viejo conocido: M13 - El Gran Cúmulo Globular de Hércules. La vista del titán de los cúmulos globulares fue impresionante, destacando sus características "patas de araña". Compare el dibujo que hice de M13 desde la ciudad de Lima antes de la pandemia del Covid-19 con el dibujo que hice desde cielos oscuros.
¿Notable diferencia, verdad? Esa es la diferencia entre cielos urbanos y cielos de campo. También volví a visitar a dos objetos de cielo profundo: el cúmulo globular M92 (el cual observé desde la ciudad de Lima durante la cuarentena del Covid-19, cuando los cielos de la ciudad se oscurecieron anormalmente)
y M57 - La Nebulosa del Anillo, la cual también observé desde la ciudad de Lima durante la pandemia.
El último objeto que dibujé desde cielos oscuros fue el cúmulo globular M56
En realidad había planeado observar mucho más objetos, pero en los días posteriores al 1 de Julio del 2022, para mi mala suerte, no se volvió a despejar más, y digo "para mi mala suerte" porque en los meses de Mayo a Septiembre el cielo andino difícilmente se nubla. Pero de todas maneras, estaba muy feliz por haber observado y dibujado una enorme cantidad de objetos en tan sólo dos días (la mayoría de ellos completamente nuevos), y eso que hay muchos objetos que no dibujé por motivos de tiempo, como la pequeña nube estelar de Sagitario M24, la Nebulosa de la Laguna M8, la Nebulosa Omega M17 y la Nebulosa Trífida M20. No dibujé estos objetos de cielo profundo pues la vista que tenía de estos objetos en el campo ocular era tan rica en detalles que me habría demorado demasiado tiempo anotar sólo los rasgos de las nebulosidades, destacando en ese aspecto M24, pues además de las nebulosidades, con éste objeto el campo ocular relucía con unas 1000 estrellas en su interior, tan juntas entre sí que daba el aspecto de estar observando un cúmulo globular gigante.
Los dibujos líneas más arriba nos muestran claramente que no hay nada como observar las maravillas del Universo desde cielos oscuros. Nótese en particular la diferencia entre los dibujos realizados desde la ciudad de Lima y los realizados desde Celendín. No parecieran el mismo objeto en lo absoluto, pero sí lo son. Tal como leí por ahí: "Nada puede compararse a la experiencia de observar desde cielos oscuros". Y es que no importa si uno cuenta con la ayuda de filtros ultra-especializados y cámaras de alta tecnología, las observaciones hechas desde una ciudad no podrán superar nunca a lo que el astrónomo aficionado podría observar desde unos simples cielos oscuros sin toda esa tecnología de punta.
Al igual que en el artículo Cielos de Pandemia, agradezco enormemente al lector por haberse tomado el tiempo de leer esta extensa entrada, pues sé muy bien lo valioso que es el tiempo. Si le agradó, le agradecería aún más sí lo compartiera con su círculo de amistades, para que así, más personas puedan conocer de las maravillas que el Universo nos puede ofrecer desde lugares alejados de la civilización, y que a veces, lo mejor que podemos hacer para romper con esta estresante vida citadina, es darse una escapadita hacia el campo, donde la naturaleza, el firmamento estrellado y la Vía Láctea, son perfectamente disfrutables sin la necesidad de llevar ningún equipo especial ni costoso en el viaje. La única condición, es ser curioso y dejarse envolver por la magia del lugar que visite el lector.
De mí será hasta una próxima oportunidad. Hasta luego y...
¡CIELOS DESPEJADOS!